martes, 12 de julio de 2016



hay podemos ver una parte de las estantes que hay en el bronx 

El millonario negocio detrás de las maquinitas del 'Bronx'

Desde el 2014 han sido incautadas más de 11.000 en todo el país. Son usadas para lavar plata

El narcotráfico, el sicariato y la extorsión no son los únicos asuntos comunes entre mafias como la que controlaba el temido sector del ‘Bronx’, en Bogotá, y la del ‘clan Úsuga’.

A la par de esos negocios criminales, hay otro que para la mayoría de los colombianos pasa desapercibido pero que, a diario, les representa decenas de millones de pesos a los principales grupos delincuenciales del país: el de las máquinas tragamonedas. En la olla más grande del país, hace dos semanas, la megaoperación de la Policía y la Fiscalía encontró 830 aparatos de juego.

En los últimos cinco años fueron incautadas en las tres cuadras del ‘Bronx’ casi 1.500. Las autoridades calculan que en el sector se movían o vivían unas 3.000 personas, la mayor parte de ellas habitantes de la calle y adictos, lo que equivale a dos personas por cada maquinita. (Lea: El padre que se infiltró en el 'Bronx' y rescató a su hija de 17 años)
Buena parte de las monedas con las que miles de bogotanos alimentan la mendicidad en la ciudad terminaban en esos juegos. Pero el grueso del mercado se movía, como lo reveló este diario hace cuatro años, por una perversa estrategia que pasaba por crear una doble adicción a los habitantes de la calle ya consumidos por las drogas: la del juego.
Parte del ‘cupo’ por los espejos, luces y boceles arrancados a los carros atrapados en los trancones del centro de la ciudad se pagaba en las mismas monedas usadas en las máquinas, además de dosis (‘bichas’) de droga. Así, los dueños de los temidos ‘ganchos’, que manejaban por igual venta de droga, prostitución, asesinatos y juegos ilegales, recuperaban parte de lo que pagaban por las autopartes robadas. (Además: El misterio de las mujeres del Mini Cooper)
Las ganancias eran cuantiosas. Cada día, cientos de miles de monedas eran sacadas en bultos cuyo contenido se calculaba por peso. En la página de Facebook de alias Teo, uno de los capos capturados en el último operativo, hay fotos de habitantes de la calle jugando en las máquinas y tomando alcohol sin refinar.
Paradójicamente, el producto de las tragamonedas del ‘Bronx’ podía ser uno de los menos maquillados, pues no había autoridad que pudiera llevarles control. Pero en todo el país hay miles que funcionan aparentemente bajo las reglas, pero que en realidad son usadas para lavar plata del narcotráfico y otras actividades ilegales. (Lea también: Toma del 'Bronx': historia de un operativo de película)
Esa es la explicación por la que en muchas tiendas de pueblos y ciudades los dueños de las máquinas pagan hasta 300.000 pesos mensuales de arriendo, sin importar que los apostadores escaseen o nunca lleguen.
La Policía y Coljuegos, la entidad estatal que controla los juegos de azar, han detectado en los últimos años un incremento de los aparatos en zonas con alto impacto del microtráfico. Hace un mes, Coljuegos y la Policía de Cúcuta decomisaron 96 de estos aparatos. Varios estaban instalados en la terminal de transporte de esta ciudad. En Cartagena se incautaron otros 53.
Además del lavado, hay una hipótesis más preocupante de por qué las mafias instalan miles de estas máquinas a pérdida: un mercado potencial es el de los menores de edad, que también está en la mira de los traficantes de drogas. (Además: 'Homero', el jefe del 'Bronx' que se ocultaba en un grupo de rap)
De la cifra que puede mover este mercado no hay cálculos confiables. Pero un dato puede dar idea de su magnitud: desde el 2014, las autoridades han incautado más de 11.000 tragamonedas. Este año van 6.391. Su entrada de contrabando al país es otro de los capítulos por establecer. “Lo que están haciendo ahora es traerlas desguazadas, y tienen sitios especializados en ensamblarlas”, dijo el coronel William Valero, subdirector de la Policía Fiscal y Aduanera.
Las bandas en el negocio
En Córdoba, el ‘clan Úsuga’ controla el negocio de las tragamonedas ilegales. El Gaula de la Policía dice que la banda obliga a los dueños de negocios a hacerles espacio a sus aparatos, y cuando estos son legales, es usual que los dueños paguen vacunas de entre 10.000 y 15.000 pesos diarios por cada una de ellas. Este año han sido capturados cinco delincuentes que estaban haciendo esos cobros.
En el Eje Cafetero, el grupo ilegal que monopoliza el negocio ilegal es la temida banda de ‘la Cordillera’. En Medellín, en el 2008 fueron asesinados dos funcionarios de Etesa (entidad reemplazada por Coljuegos) que investigaban las mafias detrás de las maquinitas. La ‘oficina de Envigado’ perpetró los crímenes y hoy, sus herederos siguen lucrándose directa o indirectamente de lo que producen miles de aparatos de apuestas en las comunas de la ciudad y en los municipios del valle de Aburrá. (También: Así operaba el negocio de los 'sayayines')
Además de nutrir las arcas de los delincuentes, esas máquinas ilegales desangran el sistema de salud, que tiene en los juegos de azar una de sus principales fuentes de financiación. Al año, el promedio de impuestos que genera cada máquina legal llega a los dos millones de pesos.
Y los dueños de negocios de barrio que se dejan seducir por la idea de recibir algún dinero por dejar instalar las máquinas ilegales no saben que están jugando con candela. No solo se exponen a ver sellados sus negocios, sino que por cada máquina se impone una multa que puede llegar a los 74 millones de pesos.
Jugaban para pagar droga
El general Hoover Penilla, comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, le dijo a EL TIEMPO que las máquinas tragamonedas eran parte importante de las actividades ilegales en el ‘Bronx’: “Las personas que apostaban dinero en las maquinitas lo hacían esperanzadas en conseguir más para la compra del alucinógeno que consumían”.
El presidente de Coljuegos, Juan B. Pérez Hidalgo, calcula que tan solo por las máquinas del ‘Bronx’, cada año el país dejó de recaudar 2.106 millones de pesos en impuestos. “Es dinero que se dejó de invertir en la salud”, advirtió

En riesgo, colegios de San Bernardo por olla de consumo

Aunque hay presencia policial, las carreras 11A y la calle 3.ª son un hervidero de drogas.

Policía acompaña a los estudiantes en San Bernardo

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“Hacia este lado bajó un poquito la tensión con la llegada de los policías, pero la preocupación es hacia el otro lado, hacia el colegio y el jardín. Muchos niños están quedando expuestos a tanta vaina fea”, advierte un comerciante del barrio San Bernardo (localidad de Santa Fe).
El vecino alude al Instituto San Bernardo de La Salle, que, emplazado en la calle 2.ª entre carreras 12 y 13, quedó muy cerca de la nueva zona cero del consumo de estupefacientes, una que podría convertirse en la más grande de Bogotá. Aunque esta semana el colegio sigue en vacaciones de mitad de año (regresan a clases el próximo lunes), cuando vuelvan se encontrarán con un panorama más complejo que el que dejaron al salir. (Lea: El 'Bronx', un error que no se puede repetir en Bogotá)

Los que ya se topan de frente con la nueva realidad son los del centro educativo distrital Antonio José Uribe, sede B (carrera 11B con calle 3.ª). “Para uno que lleva más de 15 años viviendo por acá no es tan complicado, porque uno más o menos se acostumbró. Lo delicado son los muchachos, que los roben o los ataquen, uno no sabe”, dice Carlos Andrés Villamizar, quien agrega que se ha rumorado sobre la intención del Distrito de comprarles predios a varios propietarios para adelantar una renovación urbana. (Lea: Familias del 'Bronx' denuncian que operativo fue arbitrario)
Caminar por las carreras 11 y 11A entre calles 3.ª y 4.ª parece como andar por una zona llena de zombis: personas harapientas y con las miradas perdidas van y vienen por el andén y la calzada. La 11A es un callejón que desde hace tres semanas parece que fuera a convertirse en un nuevo ‘Bronx’.
A este punto se trasladó la ‘calentura’ luego de que el Distrito adelantara la demolición de cuatro predios (22 de junio) que antes eran utilizados como ollas de consumo, a escasas dos cuadras (calle 6.ª con carrera 10.ª); tras el derrumbamiento de esos sitios de perdición, una horda de habitantes de la calle y adictos quedó a la intemperie. A ellos se les ha sumado parte de quienes salieron del viejo ‘Bronx’ o también llamada ‘L’.
Y lo que antes era un callejón ocasionalmente usado para consumir (carrera 11A), pues era poco transitado por vehículos, en los últimos días devino en una nueva olla. (Lea también: Comerciantes del centro piden reubicación de los habitantes de calle)
Aunque la Policía hace presencia en varias calles aledañas y vigila las 24 horas del día, lo cierto es que los corredores mencionados poco a poco caen en desgracia, tal como advierten los propios vecinos.
En la esquina de la carrera 11 con calle 3.ª, por ejemplo, se ubica la panadería Triunfa Pan. A pleno mediodía este punto parece un hormiguero por tanta gente drogada que sale de la 11A. Los habitantes de calle y consumidores se sientan afuera o pasan pidiendo monedas, billetes, lo que sea. Los más afectados se tambalean, con costales al hombro o botellitas de pegante en las manos.

jueves, 7 de julio de 2016




EL BRONX EN BOOTA COLOMBIA 
(LA CEMENTERIO DE LOS MUERTOS VIVOS)
El "Bronx" es el nombre de un sector de alta peligrosidad y criminalidad en la ciudad de BogotáColombia. Su origen data de la mitad de los años 2000s, cuando se permitió el detrimento de la zona por la administración local,1 2 3 4 convirtiéndose en un nuevo centro de concentración de delincuencia luego del desmantelamiento y recuperación de la calle El Cartucho.5 6 Se han denunciado innumerables casos de microtráfico de drogastrata de personas, prostitución forzada, mutilaciones y asesinatos en los últimos años.7
El sábado 28 de mayo del 2016, la alcaldía de Bogotá, hizo un operativo de recuperación de la zona, capturando al jefe de finanzas de la zona, y liberando a menores de edad de abusos y explotación sexual.


Luego de ser abandonadas, algunas de las casas quedaron a merced de los habitantes de calle, mientras que otras fueron convertidas en inquilinatos. “Antes de la aparición de la Terminal de Transportes (en los ochenta), el Santa Inés fue el punto de llegada a la ciudad. Las principales empresas de flotas y de transporte de carga tenían su paradero allí”. Este barrio era lo primero que conocían de Bogotá los migrantes y los viajeros.
Cardozo asegura que la desaparición del templo y la construcción de la carrera 10.ª fueron determinantes para la transformación del barrio, pues quedó dividido e incomunicado con el resto de la ciudad. “El Santa Inés quedó casi desocupado. Eso permitió la entrada de las primeras bandas delincuenciales y las primeras ‘ollas’”. El Castillo fue una de ellas.
Era una casa republicana de dos pisos que, según el libro ‘El Cartucho’, primero fue una mansión y posteriormente un hotel. Una joya arquitectónica. Pero entre los cincuenta y los sesenta, El Castillo se convirtió en un ‘sopladero’ (sitio para consumir drogas).
Una reportera de este periódico reseñaba así el lugar en el 2002, año de su demolición: “Atrás quedó El Castillo, que no llegó a ser museo ni monumento nacional, sino un simple socavón invertido, con las paredes cubiertas de la costra grasosa que dejó tantos años de convivencia entre ñeros y recicladores”.
Archivo Particular.
Los primeros edificios de apartamentos
El barrio y su iglesia, erigida en 1645, presenciaron parte del desarrollo de Bogotá. Hacia el norte del templo se abrió la primera carnicería pública en 1663; en lo que actualmente es la carrera 10.ª con calle 11 se levantó el hospital Jesús, María y José -hoy desaparecido- en 1718; y una de las dos primeras fuentes públicas de agua que tuvo la capital se construyó en el noroeste de la iglesia en 1823.
La Oficina de Mejoras y Ornato y el Palacio de Higiene (en su momento una de las edificaciones más altas de la ciudad) quedaban allí. También los primeros edificios de apartamentos que existieron en Bogotá”, comenta Cardozo, quien agrega que el diseño arquitectónico predominante del sector era el republicano.
Cuando la Plaza de Bolívar dejó de ser un mercado, el Santa Inés albergó a los campesinos y comerciantes que vendían sus productos en la plaza mayor de la capital. “Fue hasta mediados del siglo XX un mercado importante para los capitalinos”.
A partir de los setenta y los ochenta, el deterioro del sector comienza a ser más notorio. Buena parte de los habitantes de calle de Bogotá ya vivían en el barrio y el crimen organizado se instaló en sus calles y esquinas. ‘Pajarito’, ‘El Bunker’, ‘El Roto’, ‘La Reja’ y ‘La Cartonera’ fueron algunos de los grupos que surgieron.
Los recicladores han estado en el barrio desde los cincuenta. Tienen sus bodegas desde esa época. Pero los criminales se aprovecharon de las condiciones de la zona para vender droga, robar e incitar a la prostitución”, asegura Johan Avendaño, geógrafo e investigador de la Universidad Central.
Después vendría la intervención al barrio en 1998 por parte de Enrique Peñalosa y la construcción del parque Tercer Milenio. Todos los males del Santa Inés se trasladaron a otras partes de la ciudad. Sin embargo, la mayoría se concentraron en el ‘Bronx’, el infierno del que se está hablando por estos días. De ese modo se sepultó a uno de los barrios históricos de Bogotá.